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sábado, 3 de marzo de 2007

TRAS EL GRIS DE UN PASAPORTE

Llegar a la Repúplica Dominicana el 22 de diciembre de 1998, desde Cuba, suponía un total "desraizamiento" del País natal, un desenlace doloroso y extremo en que, de forma total y devastadora toda la historia personal, las costumbres, el carácter, la sicología, la cultura, etc. comenzaría una defragmentación como las piezas de un rompecabezas y quedaría, al final, no se sabe qué. Pero no. Porque la Isla viajó conmigo y conmigo vive, remota pero bullanguera y alegre, a pesar de lo que digan los detractores del momento en que se vive. Mi viaje a dominicana fue una experiencia más que hermosamente emocional, socialmente formadora. Comencé por estudiar el caracter del dominicano en su conjunto. Estudié su historia, rica en heroísmo y me adentré de manera natural en sus costumbres, su cultura, manera de hacer y decir, etc. Viajé desde el Aeropuerto Gral. Antonio Maceo en Santiago de Cuba hasta el Aeropuerto Las Américas y allí en Santiago, en la línea de espera, me topé accidentalmente con el poeta cubano Pablo Armando Fernández, nos saludamos de manera breve, me dijo que iba a dominicana a una actividad en homenaje al poeta Pedro Mir, convaleciente de su enfermedad. En Santo Domingo me esperaban mi hija Lizet, su esposo, el escritor dominicano Manuel Matos, mis dos lindas nietas y mi esposa Luz Marina quien se había trasladado desde New Jersey para una bienvenida fastuosa, luego de tres años de separación.

BIENVENIDA EN EL DISTRITO NACIONAL Cansado y solo llegué a esta Isla; desandando vine del humo y del silencio, a horcajadas sobre el mismo sol del trópico, con la mismísima fuerza vegetal, embriagando la memoria de mis equipajes.

En mi pecho,un tocoloro dejaba escuchar su canto de nostálgicas palmeras. Llegué como un fantasma agazapado; poeta hundido tras el gris de un pasaporte, humedeciendo polvos que guardan elsilencio con las lluvias que devoran este incendio. Conmigo vinieron los delirios y esta sed de apurar los horizontes más allá de amaneceres ambarinos. Santo Domingo me esperaba con su vientre preñado de leyendas; yo sólo traje el surco listo para el insomnio donde esparcir vigilias y alacranes. Me dio la bienvenida al deambular por sus calles demente y exaltado. Atrás, irreconocibles y neutrales, quedaron los miedos bienvestidos y las soledades disfrazadas; los jirones de mi alma dejados en las calles que hoy deben clamar, dolientes, por los altos latidos de mi sangre.

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