Licenciado en Periodismo. Miembro de la primera Brigada Hermanos Saíz de jóvenes escritores y artistas, en la década de los ’60. Poeta, narrador, ensayista. Ha publicado en distintos órganos del país y del antiguo Campo Socialista. Fundador de los Talleres Literarios en Camagüey,
ha participado como Jurado en varios eventos municipales de los Talleres, y es miembro del “Voces Familiares” de Sierra de Cubitas, y del “Zully Jaspe” de la Universidad de Camagüey. Su labor fundamental ha discurrido en el periodismo radial y las investigaciones socioculturales e históricas. Es profesor de Literatura y de Metodología de la Investigación. Ha escrito varios cuentos y cuentos en decimas, publicó el cuento Soy Jiguey en la antología: "La Huella Infidente y Algún Sobresalto" del antólogo Ramiro Fuentes Álamo, el cual fue presentado en la XIII Feria Internacional del Libro (2004). Recientemente fue presentado a los lectores cubiteños ¨Historias con mi nieto¨, (poemarío Infantil) por la editorial Ácana
JIGUEY
Por: Hilario García Benítez.
Primero vi como una sombra que ascendía desde el oscuro fondo del agua. Me escondí y preparé el arma, pensando en un posible encuentro con un cocodrilo o un caimán, de esos, enormes, que todavía se ven a veces por estas costas pantanosas y la desembocadura del río. Lo primero que salió del agua fue la cabeza, sin hacer olas, sin ruido, igualito que los dichosos reptiles. Pero no era un reptil. Una abundante cabellera encaracolada, como las de los mestizos de taino y negro, enmarcaba un rostro prácticamente humano. Solo que sus ojos eran enormes y expresivos; las pupilas se fueron reduciendo rápidamente al impacto de la intensa luz del mediodía, hasta convertirse en dos estrechas rendijas dorado-verdosas; y la boca, de labios carnosos, esbozaba una sonrisa de tal inocencia, que de inmediato no me di cuenta de la existencia de aquellos dientes casi infantiles, perfectos, como tallados en un marfil prístinamente blanco. En realidad no era tan pequeño como lo muestran las leyendas y los programas de televisión. Y había en aquella cabeza un halo de pureza que me hizo pensar en lo absurdo de las controvertidas cualidades que se les atribuyen. Tampoco encajaba para nada en aquella visión su filiación étnica, tanto africana como taina: allí había rasgos de ambas, intrínsecamente mezclados, formando un todo armónico, original. Yo creía que no me había visto y por eso seguía saliendo del agua, como si pesara menos que el líquido, hasta quedar completamente afuera, completamente de frente hacia donde yo me escondía, arma en mano y, sin darme cuenta, apuntándole.
Entonces fue que descubrí sus manos y sus pies: las manos eran realmente grandes, pero sin aparente desproporción, y los dedos, largos como los de los pianistas, terminados en uñas ligeramente sobresalientes, punteadas como garras, y estaban unidos entre sí como membranas, como deben ser las extremidades superiores de un ser que vive permanentemente en el agua. Sus pies, grandes mas bien por lo largos, también eran de dedos extensos y palmeados “¡como patas de rana!”, pensé y en ese instante me di cuenta de que aquel ser se miraba indistintamente las manos y los pies, y su sonrisa se hizo más abierta, como si descubriera solo entonces las maravillosas cualidades de aquellas extremidades.-¿Son bonitas?- Me preguntó y quedé pasmado, porque en ese momento fue que comprendí que para él (¿o ella?), yo nunca había estado oculto detrás de aquellos arbustos de la orilla del enorme charco. No le veía sexo ni ombligo, y por eso estaba confundido, sin saber cómo tratarle.-...Eh...!Si, son bonitas!...-Yo no soy ni hembra ni varón, soy Jigüey. Así es como me llamo. ¿Te gustaría ser también Jigüey, como yo?, ¡es lo más lindo que hay!Su voz era sugestiva, suave, diría que dulce, y me llegó como en oleadas de un placer que no había sentido jamás, anteriormente. Recordé todo lo que sabía sobre estos seres, y sobre el canto de las sirenas.-...Eh...!me gusta ser como soy!...- le respondí confuso.-yo puedo hacer que truene, aunque no haya nubes, ¡mira!- lo dijo como lo pudo haber dicho una niña o un niño, con travesura e inocencia, y el relámpago cegador lo cubrió todo a nuestro alrededor, al tiempo que el espantoso ruido del trueno me dejó sordo por unos instantes... |
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