Salí de Cuba hacia Santo Domingo el 22 de Noviembre de 1998.
Dos visitas hice a mi ciudad natal, Camaguey, después de mi salida, dos visitas que fueron como soñar-viviendo, la primera en el año 2000 y la segunda en el 2002. Mis encuentros y experiencias con esta hermosa, monolítica y siempre legendaria ciudad han sido maravillosas. Sus callejones a veces tenebrosos , a veces llenos de luces, y que otras tantas no van a ningún lugar, contrastan de manera mágica, con las largas y amplias avenidas; sus casas de arquitectura colonial de esbeltas y estrechas ventanas enrejadas, sólidas y vistosas, su gente bulliciosa, trabajadora y solidaria a veces, otras, metida en el silencio de las preocupaciones. Sus iglesias y tinajones que la simbolizan universalmente, hacen que esta ciudad viva dentro de mí, forme parte de mi piel. Toda esa vivencia la convertí en poesía, poesía que aquí muestro, escrita con la pasión y la furia del que se despide, muy a su pesar, de una parte de su tiempo y de otra parte de su Ciudad, aquella que le ha marcado el corazón desde su infancia.
TIEMPO, TIEMPO. CIUDAD, CIUDAD
Adiós, tiempo horizontal de besos posibles.
Adiós pulmón de mi ciudad abierta
al fuego de la mirada de mi cuerpo,
a las estaciones de tus equinoccios nobles
guarnecidos por la nostalgia.
Me voy a deshacer el Nudo Gordiano
y abjurar de las absoluciones del amianto.
No soy el Rey Desnudo,
ni soy la voluta que asciende
por la pared del viento
a enclaustrarse en la mágica fertilidad
de tus leyendas.
No soy la lluvia soberbia
que purifica el vuelo de las palomas
en estampida hacia tus aleros.
Soy quien te cantó en las madrugadas despiertas de mis palabras.
Soy quien dobló tus campanas sobre las torres insomnes.
Soy quien cayó cual goterón loco desde tus techos coloniales
Te dejo en una suerte que lanzó los dados al revés,
hacia el recuerdo.
Adiós. Hasta aquí llegamos.
Salúdame a la aurora, a su semilla telúrica y civil.

Mis sueños nada tienen que hacer ya
con los espejos donde se repite desnuda
la inocencia.

Este poema lo escribí sentado en un banco del Casino Campestre, a las diez de la mañana, bajo un agreste y sombrío roble, el 25 de Julio del 2000.
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